En el siglo XXI, la lucha por los recursos ha cambiado: hoy no se trata de tierras o minerales, sino de datos y tecnologías. Este nuevo escenario está transformando la política global y redefiniendo lo que significa ser humanos en un mundo cada vez más digital. La relación entre tecnología, geopolítica y humanidad es compleja, pero también nos ofrece oportunidades únicas si actuamos con visión y ética.
La tecnología ha desplazado a los recursos tradicionales como eje de las soberanías. Su control no solo define el poder económico, sino también las relaciones diplomáticas y la capacidad de influencia de una nación. Países como China y Estados Unidos lideran en áreas estratégicas como la inteligencia artificial y las tecnologías cuántica, consolidando su dominio no solo en el mercado global, sino en las infraestructuras críticas de seguridad y comunicación. En este contexto, el desafío para regiones como América Latina es claro: o participamos activamente en este cambio, o nos conformamos con ser simples consumidores de tecnología extranjera.
Chile, sin embargo, está demostrando que es posible construir soberanía tecnológica desde la innovación local. Un ejemplo destacado es Sequre Ǫuantum, la primera empresa de tecnologías cuánticas de América Latina, que nace como resultado de más de 20 años de investigación en física cuántica. Nacida como una apuesta de la Universidad de Concepción a la cúantica experimental, Sequre Ǫuantum desarrolla soluciones que abordan uno de los problemas más críticos de la era digital: la seguridad de los datos.
Su generador cuántico de números aleatorios autocertificado en tiempo real es una herramienta clave para garantizar seguridad extrema en sectores como telecomunicaciones, finanzas y defensa. Este avance no solo fortalece la independencia tecnológica de Chile, sino que posiciona al país como un referente en innovación cuántica a nivel global.
Sin embargo, la soberanía tecnológica no se trata solo de producir tecnología. También implica reflexionar sobre cómo estas herramientas afectan nuestras vidas. En un mundo donde la inteligencia artificial puede amplificar desigualdades y las tecnologías de vigilancia amenazan la privacidad, debemos preguntarnos: ¿cómo aseguramos que el desarrollo tecnológico sirva a la humanidad en lugar de concentrar poder en unos pocos? La soberanía tecnológica, entendida en su sentido más amplio, debe incluir una visión ética que priorice los derechos humanos y la dignidad.
Esta visión ética no puede lograrse sin una colaboración global. Los desafíos que enfrentamos, desde la ciberseguridad hasta el cambio climático, exigen soluciones compartidas. Chile, con un ecosistema de innovación en crecimiento y capacidades científicas que comienzan a consolidarse, tiene la oportunidad de liderar desde el sur global. Al fomentar empresas como Sequre Ǫuantum y alinear esfuerzos entre la academia, la industria y el gobierno, podemos construir un modelo de desarrollo tecnológico que sea sostenible, competitivo y humano.
El futuro de la humanidad dependerá de cómo enfrentemos los desafíos tecnológicos y geopolíticos de hoy. Más que una carrera por el control, esta es una oportunidad para que las tecnologías se conviertan en un puente hacia un mundo más equitativo. Desde Chile, tenemos la posibilidad de demostrar que, con ética, innovación y colaboración, podemos asegurar que las soberanías del futuro estén al servicio de todas las personas, no solo de unas pocas.
Ahora es el momento de actuar, porque lo que decidamos hoy definirá el mundo que heredaremos mañana.