Por Roberto Muñoz Laporte, presidente de Telefónica en Chile
Pocas veces en la vida tenemos la suerte de compartir con personas tan especiales e inspiradoras, que motivan a miles a asumir nuevos desafíos y pensar en grande. Me refiero a César Alierta, quien fuera por 16 años presidente de Telefónica a nivel global.
Hoy recordamos a un visionario que no solo cambió el panorama de las telecomunicaciones, sino que también tocó innumerables vidas con su pasión y humanidad. Desde la familia de Telefónica, lamentamos su reciente deceso, a los 78 años, el pasado 10 de enero en su natal Zaragoza.
Detrás, deja un legado incalculable en lo empresarial, filantrópico y social, que le permitió asumir grandes desafíos en diversos campos.
Dueño de una visión extraordinaria, expandió a Telefónica de 11 a 25 países, fortaleciendo su presencia en América Latina de la mano de un joven José María Álvarez-Pallete, por entonces presidente ejecutivo de Telefónica Internacional y hoy sucesor de tal obra. Este relevante camino llevó a que Telefónica fuese considerada como una de las compañías más relevantes a nivel mundial.
En lo humano, César buscó siempre conectar con las personas, motivándolas a desarrollar sus habilidades con un importante foco en la reducción de las brechas digitales. Por no ir más lejos, mediante Fundación Telefónica y ProFuturo, llevó el aprendizaje digital al África y a zonas aisladas de América, lo que refleja la esencia de su liderazgo y su convencimiento de que la tecnología tiene el poder de mejorar la vida.
Su relación con Chile fue intensa, creía de verdad en nuestro país y lo describía como un lugar estable, con grandes personas y profesionales especialmente preparados, donde se podía apostar por expandir la conectividad y nuevas tecnologías. Una visión que finalmente redundó en que Chile se transformara en referente mundial.
Hizo amigos, algunos muy connotados. No sabemos si fue el trato, el humor, o quizá la comida; lo cierto es que encontró en estas tierras un lugar que le significó alegrías, y también un refugio donde pasar momentos de tristeza.
Le gustaba el sur de Chile, lo describía con pasión y repetía sin cansancio lo afortunados que éramos de contar “con esta colosal naturaleza”.
Era habitual verle caminando por las calles de Santiago, especialmente con uno de sus grandes amigos, Emilio Gilolmo, quien vivía en el país y presidía Telefónica. Además, se interesó mucho por la cueca, que solía cantar e incluso bailar en celebraciones, donde destacaba su faceta de contador de historias.
Fue tal el afecto por Chile que, en 2010, cuando el país sufrió uno de los terremotos más intensos de la historia, no dudó junto a José María Álvarez-Pallete en viajar inmediatamente, para ayudar en todo lo que se pudiera, de manera desinteresada y a quien lo pudiera necesitar.
César fue un hombre de fe, llegó a ser amigo del Papa Francisco y, como buen aragonés, era devoto de la Virgen del Pilar. Así, tuvo una especial relación con la ciudad de Curicó, donde encontró un gran grupo de inmigrantes aragoneses que le hicieron sentir como en casa y con quienes compartió entrañables costumbres.
Por esto, no fue extraño que, ante la tristeza de ver el Santuario de la Virgen del Carmen de Curicó afectado por el terremoto, decidiera dar un importante aporte para su reconstrucción.
Hoy, como líder de Telefónica en Chile y en nombre de todos los que tuvimos la suerte de conocerle, he querido relevar su historia como forma de homenaje a esta persona tan excepcional. Gracias, por tanto, querido César. ¡Hasta siempre!