Por Andrea Ramos, vicepresidenta de Adaptación Climática de Kilimo.
En un contexto desafiante de mega sequía como el que vive Chile desde hace más de 10 años, ser más estratégicos con las acciones que emprendamos a la hora de restaurar las cuencas hídricas del país, es una obligación.
Son múltiples, y ya bastante conocidas, las fuentes nacionales e internacionales que posicionan a Chile como uno de los países más expuestos a la crisis climática, priorizando el desafío de disponibilidad de agua para las comunidades, como el principal. A este reto, debemos incorporar la concentración geográfica del país, que posiciona a la Cuenca del Río Maipo, como una de las más estresadas del mundo (WRI, 2019). En ella vive el 40% de la población y se produce el 50% del Producto Interno Bruto (PIB).
¿Qué sucederá con el desarrollo de Chile si su capital comienza a vivir, como se estima, racionamiento de agua en los próximos años? Para evitar llegar a este escalofriante escenario, es fundamental que enfoquemos todos nuestros esfuerzos en lo que, Escenarios Hídricos 2030 de Fundación Chile, llama las soluciones hídricas más costo-eficientes, entendiéndose a éstas como aquellas que ofrecen el mejor valor en términos de m3 retribuidos al medio ambiente en relación con el costo incurrido.
Para el caso de la Cuenca del Maipo, la implementación de sistemas de riego para la optimización del consumo de agua en la agricultura, entra en esta categoría. Invertir en esta industria genera retornos altos en términos de restauración de cuenca, porque es una de las actividades más intensivas en uso de agua (86% del agua dulce del país) y aún demuestra grandes oportunidades de optimización.
Según el Ministerio de Agricultura, en la Región Metropolitana aún persiste una tasa de riego tradicional cercana al 44%. Esto quiere decir que los agricultores utilizan prácticas milenarias, como abrir las compuertas del canal, para regar sus campos. La tasa de eficiencia para este tipo de riego es menor al 50%, mientras que el riego por aspersión o goteo se encuentra por encima del 75%, llegando incluso al 90%. La razón que destaca para no generar esta inversión por parte de los agricultores, no será sorpresa para nadie y es: la falta de financiamiento.
Pero, la buena noticia, es que hoy existen modelos innovadores que permiten acelerar la implementación de este tipo de proyectos, uniendo en una misma meta a las empresas que tienen compromisos de agua neutralidad o “agua positivo”, dispuestas a invertir en la seguridad hídrica de una cuenca, con agricultores que busquen optimizar el uso de agua en su producción. Así, bajo un modelo de pago por servicios ecosistémicos, se generan los incentivos correctos para que los agricultores logren implementar estas tecnologías y se reduzca la extracción de uso de agua para riego, al mismo tiempo que las compañías mitigan el riesgo hídrico de sus operaciones.
Los beneficios de un modelo semejante, son múltiples porque, con el correcto seguimiento, no sólo dejan más agua en las fuentes hídricas para su distribución natural y uso en la cuenca, sino que también permiten reducir el uso de químicos, disminuyendo la contaminación difusa por percolación de pesticidas y fertilizantes. En este sentido, el trabajo colaborativo entre el sector privado (empresas) y los agricultores, tiene el potencial de lograr resultados exponenciales que benefician a todas las partes, y especialmente a las comunidades.
En tiempos de emergencia, actuar sobre aquello que mayor impacto tendrá en el corto y mediano plazo, no sólo para la disponibilidad de agua sino también para el desarrollo productivo del país, es clave. Por lo tanto, si estás pensando en invertir en la seguridad hídrica de Chile, mi consejo es claro: comienza por la agricultura.