Por Luz María García, Gerente General de la Asociación Chilena de Empresas de Tecnologías de Información
En 2007, la industria financiera experimentó una de sus mayores revoluciones con la introducción de la Cuenta RUT. Esta herramienta permitió que millones de chilenos accedieran al sistema financiero, facilitando la inclusión al ofrecer una cuenta bancaria sin requisitos de renta ni antecedentes comerciales. Desde entonces, las innovaciones en el sector no han dejado de crecer.
Durante los últimos años, las Fintechs han surgieron como una nueva forma de democratizar el sector a través de la innovación y la transformación tecnológica, que solamente ha sabido crecer. De acuerdo con Fintech Radar Chile, el ecosistema local ya cuenta con más de 348 startups activas, reflejando un crecimiento anual del 16%, lo que desencadenó su promulgación en 2024 de la Ley Fintech que entró en vigor el pasado 3 de febrero.
El auge de esta industria plantea una oportunidad para transformar la manera en que operan los servicios financieros, especialmente en un país donde solo el 30% de los ciudadanos confía plenamente en las instituciones del sector, según datos de la OCDE. Pero, ¿Cómo pueden recuperar la credibilidad?
La nueva normativa obliga a adoptar políticas de ciberseguridad para una gestión adecuada de los datos personales, además de la creación de estructuras de gobernanza interna que aseguren la estabilidad operativa de los servicios financieros. Estas medidas resguardan a los clientes frente a riesgos como el fraude y establecen estándares mínimos que elevan la calidad y la profesionalización del sector.
No obstante, cumplir con estas exigencias no está exento de desafíos. Mientras algunas empresas fintech ven en esta ley una oportunidad para legitimarse y ganar espacio en el mercado, otras enfrentan barreras significativas como la complejidad de los procesos de inscripción y los costos asociados al cumplimiento normativo.
Además, el crecimiento de las startups fintech tiene un efecto multiplicador en la economía digital del país. Al desarrollar tecnologías como sistemas de pago, financiamiento alternativo o plataformas de inversión, estas empresas no solo crean empleo, sino que también contribuyen a modernizar industrias tradicionales y a generar un entorno más competitivo y dinámico. Este impacto puede ser aún mayor si se fortalecen las alianzas público-privadas para facilitar el acceso a recursos y la internacionalización de sus productos y servicios.
Un aspecto importante que esta industria debe abordar es el enfoque educativo. La ciudadanía no solo necesita conocer a las fintech como una alternativa financiera, sino que también aprenda a usarlas de forma segura y eficiente. Por ejemplo, se podrían incluir explicaciones sencillas sobre cómo utilizar aplicaciones para administrar gastos, acceder a opciones de financiamiento más inclusivas o ahorrar de manera más eficaz a través de herramientas digitales.
Estas iniciativas permitirían que más personas entiendan que las fintech no solo son una industria en crecimiento, sino que también un recurso accesible y práctico para alcanzar mayor estabilidad y autonomía financiera. Al fortalecer la educación en este ámbito, se fomenta la confianza en el sistema y que todos puedan beneficiarse del desarrollo de esta economía digital.