Por Ricardo Finger, académico del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile e investigador del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines – CATA.
En los últimos inviernos me he sorprendido por la variada oferta de estufas eléctricas. Desde las más modestas de tubos de cuarzo por $12.000 hasta aparatos exclusivos con sistema “infrarrojo” por más de $300.000. Las primeras existen desde los tiempos de mis abuelos mientras las últimas parecieran poseer la más avanzada tecnología del siglo 21. Lo más sorprendente es leer las descripciones de estos últimos productos, donde se ven frases como “50% más eficiente” o “ahorre hasta un 30% en electricidad”.
En términos generales, la eficiencia se define como el trabajo útil que produjo un artefacto, esto, como porcentaje de la energía total que consumió para realizarlo. La frase clave aquí es “trabajo útil”. Por ejemplo, si dos ampolletas iluminan con la misma intensidad, pero una consume menos energía por hora (es decir, menos Watts [W]) entonces, la que consume menos, será más eficiente, porque en este caso, lo que queremos producir es luz (visible). Podemos decir con seguridad que las ampolletas LED son mucho más eficientes que las antiguas ampolletas incandescentes, pues estas últimas se calientan bastante mientras funcionan. Una ampolleta LED de 10W ilumina lo mismo que una incandescente de 80W. No hay dónde perderse.
Pero el propósito de una estufa es calentar, y en términos prácticos todo lo que sale de una estufa es calor. Uno podría argumentar que el movimiento del ventilador no aportaría en la generación de calor, o bien, que el brillo anaranjado de los tubos de cuarzo es luz, no calor, y, por tanto, energía inútil. ¡Excelente observación! Pero, aunque contáramos esas formas de energía como pérdidas (que por razones más largas de explicar no lo son para una estufa) el consumo del ventilador o la emisión de luz representan un ínfimo porcentaje del consumo total de la estufa, como mucho unos 10W, mientras que el consumo total es no menos de 800W y más comúnmente 1500W. Es decir, no importa qué estufa eléctrica analicemos, todas son al menos 99% eficientes.
Si algo nos queda del ramo de Ciencias Naturales que tuvimos en nuestra Educación Media es que la energía no se crea ni se pierde, solo se transforma, y que las máquinas hacen exactamente esto: transformar energía. Si una máquina saca energía de un enchufe, toda la energía que obtuvo debe terminar en otro lado. No puede desaparecer en la nada. Las estufas eléctricas son eficientes porque no producen nada más que calor, y calor es lo que queremos de ellas.
Que todas las estufas eléctricas sean igual de eficientes no significa que todas calienten lo mismo. Hay otra característica relevante que es la potencia máxima. Las tradicionales estufas de cuarzo tienen potencias máximas del orden de 800W, mientras que hay termoventiladores (por aprox. $15.000) que llegan a los 2000W. Naturalmente, el termoventilador calentará mucho más rápido, pero consumiendo más energía. Eso no lo hace más ni menos eficiente, es simplemente más potente. Las carísimas estufas “infrarrojas” tienen potencias máximas similares a los termoventiladores, es decir, no son más potentes ni más eficientes.
Dicho todo esto, uno llega ineludiblemente a la pregunta ¿Por qué alguien compraría una estufa de $300.000 si tiene esencialmente el mismo desempeño que una de $15.000?
Primero, me parece que hay una actitud engañosa en la forma que se presenta la información. En la caja del producto no se explica que, si una estufa eléctrica consume menos, simplemente calienta menos. En vez de esto, se exhibe la idea de una tecnología novedosa, que haría posible calentar más con menos consumo eléctrico. Esto simplemente no es cierto. Tampoco ayuda que aparezcan “expertos” en televisión, cada otoño, después de la primera lluvia, repitiendo lo mismo que dice la caja del producto.
Segundo, pareciera ser que cuando vemos un producto caro, tendemos a otorgarle valor. Por nuestra cabeza pasa la idea “si cuesta más, debe ser por algo”, y en muchos casos es cierto. Pero debemos estar atentos, pues no siempre más caro es mejor, y en ocasiones subir el precio de un producto es solo una estrategia comercial, no relacionada a un aumento de prestaciones.
Finalmente, fuera de toda esta discusión quedan las bombas de calor. Estos equipos eléctricos efectivamente pueden calentar (además de enfriar) con un menor consumo de energía comparado con una estufa eléctrica. Se parecen a un aire acondicionado y se componen de dos artefactos, uno que se instala en el interior de la casa y otro en el exterior. Pero la explicación de esta tecnología tendrá que quedar para otro momento.
Spoiler Alert: La energía se sigue conservando.
Columna publicada originalmente en el Mercurio & Facultad de Ingeniería de la U. de Chile.