Por Waldo López G., director de ACADES y Gerente de Desarrollo de Negocios de Agua de ACCIONA.
El sistema frontal que enfrentamos estos días anida nuevas esperanzas en medio del proceso de desertificación que enfrenta nuestro país hace 15 años.
¿Fueron las lluvias una solución o simplemente una ilusión de normalidad? La incertidumbre persiste, por lo que es importante examinar detenidamente este fenómeno en el marco del cambio climático para entender las medidas debemos adoptar para enfrentarlo de manera efectiva.
La lluvia es, sin duda, un bien preciado en un país afectado por la escasez hídrica. Su llegada ofrece un respiro ante una situación crítica, especialmente en regiones del centro-norte y provincias como Elqui, Limarí o Choapa, que han sido afectadas de manera dramática por la falta de agua.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que la intensidad, duración y distribución de estas lluvias son factores determinantes, además de que la isoterma 0 se mantenga baja (cota 1000) para evitar efectos negativos, como inundaciones o deslizamientos tipo aluviones.
No es seguro que las recientes lluvias puedan paliar el déficit hídrico, y si bien cada gota caída del cielo es bienvenida, no podemos seguir dependiendo de ellas para garantizar el suministro de ciudades y actividades productivas tan relevantes para nuestra economía como la minería y agricultura. Necesitamos un invierno con lluvias “normales” y homogéneas, acompañadas de una acumulación de nieve en la cordillera para asegurar una recarga efectiva de nuestros recursos hídricos en los ecosistemas y también en los embalses.
Para ejemplificar esto, en Santiago el periodo climatológico entre 1991 al 2020 tuvo una media de 285 mm acumulado por año, suma inferior al previo valor climatológico 1981-2010 que era de 342 mm, y en estos últimos 15 años de megasequía, en donde el promedio es de 188 mm. Si este año se pudieran acumular en la zona central del orden de 250 a 300 mm, podría sería un buen año que beneficie la acumulación de agua.
Esta cantidad de lluvia que se espera recibir es crucial para determinar su impacto en la sequía. El agua es fundamental para todas nuestras actividades, desde la alimentación hasta la producción agrícola e industrial. Si estas lluvias son insuficientes y el déficit se prolonga por un par de años, el panorama podría ser dramático. Miles de personas podrían enfrentarse al racionamiento de agua potable y ser obligadas a migrar hacia zonas más húmedas en busca de subsistencia.
Entre las medidas que deben adoptarse para aprovechar las lluvias se cuenta la restauración y conservación de nuestros ecosistemas hídricos, el uso eficiente del riego agrícola, el reúso de aguas residuales urbanas y el desarrollo de sistemas de captación de aguas lluvia. Además, la desalación del agua de mar emerge como una solución complementaria que podría diversificar nuestras fuentes de agua y aumentar nuestra resiliencia frente a la sequía. En efecto, ya vemos cómo en la región de Antofagasta, que históricamente sus precipitaciones son prácticamente nulas y poco aportan a la forma habitual de subsistencia, hoy gracias a la tecnología de la desalación el consumo de agua para la población está garantizado, independiente de las condiciones climatologías. Necesitamos un enfoque integral que combine la gestión eficiente del agua, la conservación de ecosistemas y el desarrollo de tecnologías innovadoras. Solo así podremos garantizar la seguridad hídrica a largo plazo y construir un futuro sostenible para todos.
Necesitamos un invierno con lluvias “normales” y homogéneas, acompañadas de una acumulación de nieve en la cordillera para asegurar una recarga efectiva de nuestros recursos hídricos en los ecosistemas y también en los embalses.