Por Cristina Pardo de Vera, directora de ACADES, gerenta General R&Q Concesiones e Infraestructura
El acceso universal al agua potable sigue siendo un desafío para millones de personas en pleno siglo XXI. Zonas agrícolas e industriales enfrentan amenazas que ponen en riesgo nuestro modelo de desarrollo y la estabilidad laboral. Sin agua, la actividad humana se paraliza. Es imperioso adoptar soluciones innovadoras como la desalación y el reúso del agua para asegurar nuestra supervivencia, así como todas las otras tecnologías que puedan estar disponibles. Nada ni nadie se puede restar.
A pesar de la evidencia científica que avala los impactos positivos de la desalación y el reúso de aguas, estas soluciones siguen siendo descalificadas por ciertos sectores, con desconfianza por culpa de mitos que lamentablemente se han instalado como una verdad absoluta por personas que no cuentan con toda la información y acceso a los avances tecnológicos que se han generado en los últimos años.
La asociación homóloga de ACADES en España, AEDYR, ha abordado estas inquietudes en un documento revelador: “Las desaladoras NO emiten CO2 directamente. Las plantas desaladoras no tienen ninguna emisión directa de gases a la atmósfera. Sí consumen energía eléctrica, pero si el porcentaje de energía renovable aumenta, las emisiones asociadas a la desalación pueden disminuir o desaparecer”.
Además, se destaca que “la desalación no consume mucha energía”, explicando que el consumo de una desaladora está por los 0,003 kW por litro de agua dulce, es decir, abastecer de agua a una familia durante un año equivale al consumo del refrigerador familiar en ese mismo período. Lo anterior desmitifica totalmente la idea de que la desalación es una tecnología insostenible desde el punto de vista energético.
Otro punto de controversia es la salmuera, el concentrado resultante del proceso de desalación. El documento indica que la desalación no tiene un impacto relevante sobre el medio marino. La dilución y sistemas de difusión garantizan que el concentrado no se distinga del agua de mar en salinidad y calidad. Incluso, hay investigaciones que señalan que podría beneficiar la vida marina al incrementar el oxígeno en la zona, favoreciendo la pesca local. En caso de existir concentraciones que puedan poner en peligro el medio marino, estas se mitigan o se anulan gracias a diversas tecnologías que han demostrado ser eficaces.
En cuanto al reúso, enfrentamos el desafío de superar otro estigma que es producto de la falta de información que existe sobre el tratamiento de aguas. En países como Singapur, Australia y estados de EE.UU., se demuestra que el agua tratada puede ser segura para el consumo humano. Chile debe migrar a regulaciones como la europea o más ambiciosas todavía sobre reúso, como la de los países citados, para converger a la economía circular sin afectar la calidad del agua. Solo así podemos ofrecer mayores recursos, regulaciones y fiscalizaciones para que la ciudadanía cuente con todas las garantías de seguridad del agua que se utilizará.
Es de vital importancia desmentir estos mitos y promover el entendimiento sobre la desalación y el reúso del agua. Con tecnologías bien gestionadas y reguladas, podemos asegurar el acceso al agua potable y avanzar hacia un futuro más sostenible para todos.