Por Alberto Kresse, vicepresidente de ACADES y gerente de Planificación en Aguas Nuevas.
De todas las maravillas del agua, hay una que destaca y que ha permitido nuestra existencia: es parte de un ciclo donde se mueve y se transforma, pero sin desaparecer. Es como el legado de nuestros antecesores, cuando su recuerdo, formas y enseñanzas terminan viviendo en nosotros. Siempre están.
El agua que hay en el mundo es, en la práctica, el agua que ha habido siempre en el planeta. Agua hay. Es verdad que puede estar más lejos, profunda, contaminada o salada, respecto de donde acostumbrábamos a obtenerla, pero, desde nuestros inicios, hemos sido capaces de captarla, transportarla, tratarla y destinarla a nuestro consumo, al cultivo nuestros alimentos y como insumo de nuestros trabajos y actividades. El agua ha sido parte del corazón de nuestro desarrollo como especie y como sociedad. El agua siempre está.
Sin embargo, cuando mis hijos me preguntan si en el futuro van a tener agua, no puedo ser taxativo, y termino respondiendo que “depende de nosotros”, porque en realidad, lo que necesitamos no es agua, sino que infraestructura, tecnología, organización y voluntad. Para ello, debemos reconocer el valor de la seguridad hídrica y darle la importancia que merece, priorizando los recursos para contar con ella en cualquier escenario y para cualquier uso, de manera eficiente y responsable con el entorno.
¿Qué hacemos, entonces, ante un escenario de cambio climático donde cada año tenemos la incertidumbre de si contaremos con las lluvias y los volúmenes de agua que requerimos para nuestras necesidades? Son múltiples los caminos: eficiencia en el consumo, reúso, tecnología en el riego (que demanda cerca de un 80% del agua que consumimos en el país). Sin embargo, estas acciones, aunque ayudan, no nos aseguran una real disponibilidad futura.
Chile tiene todo su territorio junto a una fuente infinita, como el mar, y el conocimiento para tratar y disponer esa agua para el abastecimiento de ciudades y de cualquier actividad, a un valor cercano a $1 por litro, cumpliendo los más altos estándares de la normativa internacional. Sí, un peso por litro. Resulta irracional entonces imaginar restricciones o crisis por no disponer del recurso. Tenemos que organizarnos para que eso no pase, y avanzar al estándar de las principales ciudades australianas o, más cerca, de ciudades como Antofagasta, Tocopilla, Caldera y Copiapó, que cuentan con desaladoras que complementan y respaldan sus fuentes continentales. Ciudades que, aunque se ubican en torno al desierto más árido del mundo, tendrán agua, llueva o no llueva.
Imagino el Chile del futuro con una red interconectada de sistemas de transporte de agua desde la costa a los distintos centros de consumo de cada cuenca, con múltiples puntos de producción del recurso aportando de manera controlada y eficiente, para cubrir los requerimientos de toda la población, con un formato similar al de la red de suministro eléctrico. Este tipo de proyectos requieren de inversiones importantes, donde la escala, especialmente en las conducciones, puede aportar significativamente a una mayor eficiencia.
Pero el real costo del agua, es el costo de quedarnos sin agua. Estudios recientes realizados por Aguas del Altiplano en Arica, estiman el impacto de la actual incertidumbre en la disponibilidad hídrica de la zona, entre 180 y 400 millones de dólares para la próxima década en el PIB regional. Ese es el costo de no hacer nada, costo que podría subir hasta 60 millones de dólares anuales, en caso de una discontinuidad parcial del 30% del servicio.
Para avanzar a la seguridad hídrica, tenemos hoy, por fin, una iniciativa legal orientada a ordenar el desarrollo de proyectos de desalación, sin embargo, más allá de los innegables aspectos positivos de la propuesta, vemos con preocupación que, en varios de sus puntos, agrega procedimientos, permisos y, finalmente, plazos e incertidumbre, a un proceso que ya toma entre 6 y 8 años en materializarse, pudiendo incluso limitarse, con la actual redacción, a una actividad que podría concentrase exclusivamente en el Estado, cuando lo que deberíamos procurar es que todos los actores, públicos y privados, puedan aportar con nuevas fuentes de este vital recurso.
Empujemos para que nuestros hijos sepan que tendrán agua. Toma tiempo y esfuerzo, pero será uno de nuestros mayores legados.